Érase una vez una ciudad donde todo el mundo llevaba gafas. Los hombres, mujeres y niños de aquella ciudad usaban unas gafas extraordinarias. Unas descomponían la luz captando rayos determinados. Otras, descomponían los objetos. Otras hacían ver como feo lo que hasta entonces se había considerado hermoso, y hermoso lo que se había considerado feo…
Existían muchas clases de gafas: todas creaban de nuevo el mundo, desde muy diferentes puntos de VISTA. La historia venía de tiempo atrás. Un genio había inventado este tipo de gafas.
Al principio nadie las compraba, pero… poco a poco se fueron haciendo famosas. Algunos empezaron a probarlas y les pareció muy divertido… pues veían sólo aquello querían ver. Todo el mundo empezó a comprarlas ansiosamente para tener su propia visión de las personas, de las cosas, del mundo y así, poder reírse mucho. Sólo se quitaban las gafas para secarse las lágrimas que les salían de tanto reírse y… en ese corto momento veían la realidad tal y como era; pero inmediatamente se las volvían a poner…
Realmente, casi nunca, se limpiaban las gafas. Poco a poco, fueron riendo menos, porque se fueron acostumbrando a ver las cosas que les mostraban sus gafas. Se habían habituado de tal manera a esta vida que, siempre iban con las gafas encima de la nariz y con una cara extraordinariamente seria.
Había gafas para todos los gustos: unas hacían ver sólo la diversión, otras el dinero, otras los distintos juegos… así que cada uno se fue metiendo en su propio mundo y aislándose de los demás, siendo incapaces de ver otras realidades distintas de la suya.
Un día, un habitante de aquella ciudad, tropezó y cayó con sus gafas, quedando sus cristales totalmente rotos… Alzó la vista y empezó a mirar a su alrededor… y entonces vio a toda la gente con las gafas puestas. Él sin sus gafas dejó de VER y fue cuando empezó a MIRAR… Se dio cuenta de que cada ser humano de aquel lugar estaba metido en su mundo, con sus propios intereses, cada uno iba a lo suyo y el egoísmo inundaba la ciudad. Los pobres, los enfermos, lo más débiles no tenían nada que hacer allí.
Aquel hombre colocó sobre su nariz la montura de sus gafas rotas para no llamar la atención e intentó romper el mayor número de gafas que pudiera… Sólo dejando caer la fantasía de aquellas gafas podrían aprender a mirar con el corazón, y hacer algo por los que estaban a su alrededor.
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