La primera nos quiere indicar que Dios siempre cumple cuando le llamamos. María madre de Jesús y nuestra nos ayuda siempre.
Un hombre se perdió en el desierto. Y más tarde refiriendo su experiencia a sus amigos, les contó
cómo absolutamente desesperado, se había puesto de rodillas y había implorado la ayuda de Dios.
“¿Y respondió Dios a tu plegaria?”, le preguntaron.
“¡Oh, no! Antes de que pudiera hacerlo, apareció un explorador y me indicó el camino”.
El segundo cuento quiere hacernos ver que la semilla está en nuestro interior. María está con nosotros y nos ayuda, pero nosotros tenemos también que poner algo de nuestra parte.
Una mujer soñó que entraba en una tienda recién inaugurada en la plaza del mercado y, para su
sorpresa, descubrió que Dios se encontraba tras el mostrador.
“¿Qué vendes aquí?”, le preguntó.
“Todo lo que tu corazón desee”, respondió Dios.
Sin atreverse casi a creer lo que estaba oyendo, la mujer se decidió a pedir lo mejor que un ser
humano podría desear: “Deseo paz de espíritu, amor, felicidad, sabiduría y ausencia de todo temor”, dijo.
Y luego, tras un instante de vacilación, añadió: “No sólo para mí, sino para todo el mundo”.
Dios se sonrió y dijo: “Creo que no me has comprendido, querida. Aquí no vendemos frutos.
Únicamente vendemos semillas”.
Tras reflexionar esto pedimos a María algo para nosotros y algo para el mundo. Para cada cosa buscamos un compromiso, nuestra aportación.
La tarde acabó con juegos (pronto fotos) y con una merienda compartida.
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